A todos nos deslumbra la magia, porque el descubrimiento nos contagia. Y si el amor nos moviliza, todo se vuelve alegre y con muchas más risas.
Esta es una historia fabulosa, de esas que suelen tornarse asombrosas. Un relato de empeño y voluntad, donde la fantasía se hace realidad.
En Villa Amargor, abundaba el gris sin ningún color. Todo era seriedad, no había diversión ni ganas de cantar. Caras largas se veían por doquier: era más difícil encontrar una sonrisa que un alfiler.
Pero un día algo cambió, ya que un forastero al sitio llegó. Él no era como cualquiera del lugar y mucho se hacía notar. Con cautela se le acercaron y por su nombre preguntaron. “Chef Terepín” respondió y unas pepas regaló.
Miedo les daba probar esa galleta singular, hasta que un niño le dio un mordisco y también el buen visto. Su rostro se transformó, pues la dulzura por primera vez probó. Rápidamente todos quisieron conocer ese sabor diferente, y poco a poco la alegría surgió gracias a esa especial creación.
La bienvenida le dieron al que cambió el pueblo entero. Chef Terepín muy contento se sintió y, gracias a sus amigos, una fábrica de galletas construyó. El sitio se llenó de brillo, con las pepas de Mango, Frutos del Bosque, Batata y Membrillo.
Villa Amargor su nombre cambió por uno más acorde a la situación. Y así se convirtió en Villa Terepín, en honor a aquel chef que les permitió volver a sonreír.